No me gusta decidir.
No me gusta decidir, no por el hecho en si (que también), si no por el sentimiento de renuncia.
Y no me estoy refiriendo a las pequeñas decisiones de cada día (qué desayuno, qué me pongo, cojo el autobús o voy andando…etc.) sino a aquellas en las que intervienen nuestros más profundos sentimientos y principios.
Decidir significa escoger. Significa tomar algo y dejar atrás lo otro. No me gusta pensar que, por haber elegido una puerta, la otra desaparecerá o se cerrará para siempre. Me gusta conservar la llave de esa puerta para que si, en un futuro se diesen las circunstancias, pudiese volver atrás a abrir esa puerta, o simplemente volver a echar un vistazo. Saber que existe la mínima posibilidad de regresar.
Pero hay momentos, hay decisiones, que no permiten que se conserve esa llave.
Esos momentos son más “llevaderos” si la decisión te viene impuesta, es decir, algo externo a ti te pide que elijas. Te encuentras con las puertas de frente, sin posibilidad de recular. Te dolerá más o menos; pero no tienes opción de “no quiero elegir”.
Pero para mi, la situación más complicada es cuando tú mismo te dices “no puedo dejarlo así, esta situación no puede continuar, he de elegir”. Y decides caminar hacia las puertas. Es el primera paso, el más “sencillo”, y aún así, muchas veces nos cuesta, tanto darnos cuenta como dar el primer paso.
El siguiente es el acto de renuncia. Es convencerte de que lo que vas a dejar atrás no vas a volver a tenerlo, no vas a volver a necesitarlo nunca más. Que lo que vas a elegir es lo correcto para ti.
Asumir que no vas a volver a tener aquello.
Ahora me gustaría poder decir “el truco para resolver esto es dar tres vueltas sobre ti mismo mientras cantas La cucaracha” pero no lo sé. No sé qué método se utiliza, si es que hay alguno, pero yo no lo tengo.
O también puedes no pensar nada, y lanzarte al vacío.
PANTERA EXPECTANTE
1 comentarios:
Decidir es la parte mas dura de la vida, pero también es la más importante; son nuestras decisiones las que definen quienes somos y como somos. Ninguna decisión es fácil, y ninguna debe ser tomada a la ligera; las decisiones, en especial las importantes, siempre son duras, no por la decisión en si, sino por el "y si..." que nos susurra una parte de nuestra cabeza. No existe una fórmula mágica ni ningún truco que nos ayude a tomar decisiones, sin embargo, lo importante de tomar una decisión es ser capaz de mantenerla, de aceptarla y asumir que eso es lo que quieres, o al menos lo que consideras mejor. De todos modos, todas las decisiones tienen un truco que permite hacerlas más fáciles y llevaderas, y es tener a tu lado a alguien (ya sea familia, amigo, o quien sea) capaz de aconsejarte cuando tienes que tomar la decisión y de respetarte y apoyarte una vez la has tomado; por ello, no son las llaves de las decisiones lo que debe guardarse, sino las amistades, pues esas son las únicas puertas que, tengas la llave que tengas, y tomes el camino que tomes, jamas se cierran, si son de verdad.
"La decisión más difícil de tomar es la que enfrenta cabeza y corazón"
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