Siempre me ha parecido que, si hay algo que está fuera del alcance de nuestro entendimiento, eso es la comprensión de las relaciones entre las personas, y todo lo que conllevan. Su complejidad es abismal: tan pronto amamos, como odiamos, como sentimos indiferencia hacia aquellos que nos rodean.
Valoramos la amistad, y la lealtad, pero tachamos de enemigos a aquellos que no piensan como nosotros, o que nos han ofendido o traicionado en algún momento puntual.
Ante esta situación, una de las actitudes más instintivas en cerrarse en banda y actuar de forma pasiva, cerrando cualquier vínculo con el sujeto en cuestión. En definitiva, nos dejamos guiar por nuestro orgullo y echamos a perder todo atisbo de lo que nos caracteriza como seres humanos. Y todo porque muchas veces no somos capaces de ponernos en el lugar de la otra persona y nos comportamos de una forma un tanto egoísta.
Reflexionadlo durante unos minutos, seguro que alguna vez os habéis visto inmersos en una situación parecida a la que estoy describiendo.
La experiencia me dicta que no somos conscientes de lo importante que es saber perdonar, incluso a aquellos a los que llamamos enemigos, a los que no somos capaces de “dirigir la palabra”.
Si todos tuviésemos claro que la enemistad es algo relativo y muchas veces superficial, motivado por celos y rencores, y si mantuviéramos la cabeza fría y pensásemos antes de actuar, estoy seguro de que nos ahorraríamos bastantes disgustos.
Pero lo bueno es que siempre estamos a tiempo de enmendar nuestros errores y retomar esas relaciones perdidas; lo que puede ser una buena apuesta de cara al futuro, y es que nunca se sabe las vueltas que puede dar la vida… lo cierto es que siempre nos acaba sorprendiendo.
RATÓN COMPROMETIDO
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