En la entrada de hoy, me gustaría hablar sobre algo que, he de admitir, no acabo de comprender. Se trata del razonamiento que, a principios del siglo pasado, hizo que se tambaleasen los cimientos de las leyes físicas que regían todo lo que ocurría en la naturaleza hasta el momento. Con su Teoría de la Relatividad, Albert Einstien generalizó las enseñanzas de Newton al aplicarlas a situaciones en las que las velocidades de los sucesos alcanzaban un valor próximo a la de la luz…y de paso, revolucionó la ciencia.
No pretendo analizar al detalle las complejas consecuencias de esta teoría, simplemente me gustaría compartir con vosotros el siguiente texto, extraído del libro "El breviario del Señor Tompkins", del físico y astrónomo ucraniano George Gamow. En él, se habla en un lenguaje fácilmente entendible de dos fenómenos concretos que aparecerían si fuésemos capaces de desplazarnos, en nuestro día a día, a velocidades tan altas que escapan a nuestro entendimiento.
"Aquella mañana, el vestíbulo del banco estaba casi vacío, de modo que el señor Tompkins, oculto tras su ventanilla, abrió el apretado manuscrito y trató de avanzar por la maraña impenetrable de fórmulas y complicadas figuras geométricas con las que el profesor intentaba explicar a sus discípulos la teoría de la relatividad. Pero sólo pudo comprender el hecho clave en torno al cual giraba la conferencia entera, a saber: que existe una velocidad máxima, la de la luz, que ningún cuerpo material puede rebasar, y que de ello se desprenden consecuencias de lo más inesperadas y extraordinarias. Se afirmaba, sin embargo, que, como la velocidad de la luz es de 300.000 kilómetros por segundo, los efectos relativistas son casi imposibles de discernir en la vida ordinaria. Pero lo más difícil de entender era la naturaleza de tan extraños efectos, y el señor Tompkins tuvo la impresión de que todo aquello contradecía el sentido común. Mientras trataba de imaginar la contracción de las varas de medir y el comportamiento anómalo de los relojes –efectos que eran de esperar a velocidades próximas a la de la luz-, su cabeza se fue inclinando pesadamente sobre el manuscrito abierto.