Llevo 20 años de dudas a mis espaldas, de “venga vale” que me coartan, de promesas sin cumplir.
Llevo un asesinato entre mis manos, espero que no me denunciéis, pero acabo de matar al niño que llegó hasta aquí él solito. Ese valiente bribón, que con lágrimas en los ojos se intentaba rebelar contra el mundo, que lloraba con cualquier cosa porque era el único suficientemente valiente como para llevar sus sentimientos por fuera; y estaba radiante porque estos sentimientos combinaban con el color de sus ojos...
Llevo tropecientas injusticias en mi retina que no he tenido el valor de atajar. Ahora estos ojos ya no son capaces de llorar, las lágrimas ya no riegan mis mejillas y mi cara se reseca con tanta hipocresía que dejo pasar, indiferente.
Llevo dos mil sonrisas fingidas guardadas en mi boca, son tantas que ya no me caben, y salen sin previo aviso ante cualquiera que se cruza. Las tengo de todos los colores y sabores, como un banco de falsedad (si es que los hay de otro tipo) que vende a diestro y siniestro felicidad a plazo fijo y con altas comisiones.
Llevo conmigo una pequeña cadena para que la gente pueda atarme cuando, donde y para lo que les plazca; una cadena que cuanto más tiras más ahoga; una cadena hecha con eslabones que van desde la cándida inocencia hasta el rencor más profundo. Y cuando nadie la ata, ya me la ato yo solito, no vaya a ser que sea capaz de salir del patio de mi casa y darme cuenta del engaño en el que vivo.
Llevo guardadas bellas palabras, preparadas para salir en cualquier momento, tejer un tupido velo y que nadie pueda ver lo que hay en el fondo. En el caso de que alguien ose mirar un poco más allá, tranquilos que también tengo palabras de las que dan donde duele, y así espantar a cualquier gato curioso antes de que la curiosidad le mate, ya sabéis, todo por el bien de nuestra querida raza gatuna.
Llevo respuestas vacías para todos los públicos, un guión bien aprendido para entretener a niños y niñas, porque ¿qué es la vida sin un buen espectáculo de vez en cuando?; pasen y vean al graaaaaan, al inimitableeeeee Señor Vacío de Propósitos, es capaz de retozar una semana entera en su sofá y justificarlo como algo intrínsecamente necesario para la progresión de la raza humana, por favor recibámosle con una gran ovación.
Llevo tres puñados de autocompasión como la que estáis disfrutando en estos momentos, suave y ligera, para tomar después de cada comida y también para picar entre horas, el complemento ideal para tu dieta.
Llevo un corazón que padece de graves arritmias en el querer, la mitad ni siquiera es mío ya que se lo regalé al mundo y aún no me lo ha devuelto (tampoco creo que tenga intención de hacerlo). Y a pesar de todo se empeña en seguir latiendo y haciendo daño al que se acerque a menos de un metro.
Llevo jirones, o mejor, pedazos de jirones de espejismos de felicidad, aunque no se si está bien dicho porque ni siquiera sé si soy capaz de reconocerla incluso si me enseña el DNI, me pellizca y me hace una llave de judo… Supongo que al final todo esto no será más que burocracia en mi camino a la felicidad, si es que cogí la salida correcta.
Llevo...
Ya no se ni lo que llevo, tampoco lo que quiero, ni en pretérito ni en presente ni en futuro, pero creo que algo he conseguido, por fin acaba de salir esa lágrima que clama porque haga algo, por fin mis sentimientos empiezan a ir por fuera, por fin van a juego con mi color de ojos... Por fin...
SILENCIO...
Echo de menos un silencio. Un silencio de esos que callan y hacen callar. Un silencio de verdad, de los que dejan sordo. Un silencio lleno de cosas que decidan, por un momento, no hacer ruido. Parece que hoy en día nos tenemos que conformar con un minuto de silencio de ciento en viento en un partido y que exclusivamente se hacen, claro, tras una desgracia, y así andamos. Y sé que tú también lo echas de menos, construye este silencio conmigo, te lo pido como muy pocas personas lo hacen, te lo pido muy por encima de mis posibilidades, te lo pido por favor, por piedad y por todo lo que en un momento fue destruido en medio del inmundo ruido.
LEOPARDO FRÍO
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