He aquí un pedacito de mi. Se me escapó al escuchar la canción. O la canción se me escapó con las palabras.
Juzguen ustedes mismos:
Pompeii
A pocos pasos esta la cima. Sólo una roca te impide el paso. De un salto te encaramas a ella y la pendiente, que antes te protegía, desaparece exponiéndote al viento de altura. Suave, pero ligeramente frio, remueve tus cabellos y enfría el sudor consecuente de la escalada previa.
Avanzas sobre la dura superficie hasta terminar en una zona de hierba alta, deteniéndote justo antes de que el terreno comience a descender.
Un paisaje verde compuesto por suaves praderas e inclinadas colinas se extiende ante tus ojos, perdiéndose en el infinito, y con ella, su nitidez y su color. Hasta donde alcanza tu vista, una cordillera montañosa actúa de estrecha línea divisoria entre el cielo y la tierra. Una fría corriente se desliza entre las altas hierbas y se enreda a tu alrededor, provocándote un leve estremecimiento, sólo perceptible a ojos expertos.
Extiendes las alas lo que provoca una reverencial inclinación de la vegetación que te rodea. Te agachas para estirarlas y aprovechas para arrancar, antes de contemplar brevemente, una hermosa pero simple flor de pétalos amarillos. Sabes que acabas de condenarla a muerte. Sonríes y te levantas. Observas el sol, ya en trayectoria descendiente, durante unos segundos y casi puedes percibir su calor. Respiras tranquilamente disfrutando de ello.
Alzas tus brazos formando un círculo, estirando cada músculo, que tiemblan de emoción. Repites la operación varias veces. Miras hacia el horizonte.
Y te lanzas colina abajo.
Corres entre la alta hierba percibiendo la corriente a través de la hilera de plumas que se agitan ante su roce. Los pies van perdiendo contacto con el suelo según avanza tu carrera. Bates las alas con fuerza. Sientes la gravedad tirando hacia abajo. Pero nada puede detenerte ahora. Alcanzas un peñón sobresaliente y te encaramas a él.
Saltas.
Ya no hay apoyo, sólo tus enormes alas te sostienen, llevándote cada vez más alto, cada vez más lejos de la tierra. El viento agita tu pelo y tus ropajes. Más arriba, más rápido. Un, dos; un, dos; un, dos. Respiras con rapidez. Un, dos; un, dos; un, dos…
Te detienes en el aire, agitando suavemente las alas. Mantienes esa posición disfrutando de la sensación de altitud y vértigo que le provocarían a cualquier mortal. Aquel paisaje del principio, ahora apenas es representado por manchurrones descoloridos, ya no tiene importancia y no tratas enfocar con precisión las diferencias existentes a kilómetros de distancia.
Te inclinas hacia delante y tomas una corriente de aire caliente que te empuja hacia arriba. Das vueltas, dejándote llevar por ella, sin apenas realizar esfuerzo hasta que ésta acaba súbitamente. Caes unos metros antes de separar las alas y planear en amplios círculos. Contemplas de nuevo el paisaje que se extiende bajo tus pies. El punto de partida ya no se distingue del resto y la colina ha desaparecido junto con las demás. El sol comienza a desaparecer detrás de la cordillera y su calor pierde fuerza. Alzas la cabeza, y ves que por encima retazos de nubes grisáceas empiezan a rodearte, con la oscura intención de empaparte. Un gesto de disgusto cruza tu semblante. Desciendes unos pocos metros alejándote de esa desagradable sensación y avanzas horizontalmente en dirección a la cálida esfera, sintiendo su ineludible llamada.
Y entonces, recuerdas, sonriendo ampliamente.
Extiendes la mano y sin dedicarle un solo pensamiento dejas caer la flor entre tus dedos. Ves cómo va desdibujándose poco a poco arrastrada por las corrientes y desapareciendo en la bajada. Esperas unos segundos y te dejas caer tras ella.
Al principio controlas la caída creando amplios círculos en el descenso, pero poco a poco éstos se van haciendo más pequeños y más rápidos hasta que finalmente pliegas las alas y caes boca abajo, en picado, sin perder la trayectoria.
Frio. Velocidad. Viento.
Los colores se desdibujan a tu alrededor mientras caes vertiginosamente. Giras sobre ti mismo. El mundo ya no existe en tu retina. Te permites dejar de pensar. Incluso cierras los ojos. Podrías olvidarte completamente de quien eres. Ya no hay nada a tu alrededor. La única información que percibes es la de tus plumas hasta que consigues cerrar ese canal y dejar que la intuición y los años de experiencia tomen el control. Sólo permites que la adrenalina recorra violentamente por tus venas. Te mantiene vivo.
Oscuridad y aceleración.
Y súbitamente un pensamiento revive en tu interior. Abres los ojos y ahí están: los colores y la extrema nitidez del suelo golpean con fuerza tu mente. Una oleada de información te invade dejándote sin respuesta y sin aliento momentáneamente. Dejas que el instinto decida cómo actuar.
Despliegas las alas a escasos metros de la superficie para frenar la caída y permites que te posen en el mullido y verde pavimento. Tus pies tocan la hierba suavemente mientras vuelves a provocar otra oleada de inclinación vegetal. Impecable aterrizaje, piensas orgullosamente. Respiras hasta acompasar los latidos de tu corazón con el ritmo de la tierra. Sonríes y alzas la mano.
Y sobre ella, cae la flor amarilla.
PANTERA EXPECTANTE
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