- ¿Preparada? - preguntó el mago. Era un chico joven, de menos de treinta años. Le observé con detenimiento y llegué a la conclusión de que la amplia sonrisa que exhibía en su cara le delataba: había practicado el truco varias veces con anterioridad, y tenía la seguridad de que la niña que había escogido no lo descubriría.
- ¡Sí! – respondió la niña, ilusionada y tal vez un poco nerviosa porque había pasado a ser el foco de atención de todas las personas que esperaban ansiosas delante de la pequeña mesa de trabajo del prestidigitador.
Apostado en una situación privilegiada, cerca de uno de los extremos del semicírculo, observé con atención cómo el mago se sacaba una moneda del bolsillo y anunciaba a su audiencia que la iba a hacer desaparecer frente a la atenta mirada de aquella muchacha, cuyo único cometido era corroborar que la moneda, efectivamente, se había desvanecido.
Para ello, el mago situó la moneda en el interior de su puño cerrado, el cual envolvió hábilmente con un pañuelo rojo en un abrir y cerrar de ojos. A continuación, comenzó a gesticular ostentosamente con la mano que tenía libre, alegando que solo con la ayuda de unos pases mágicos y un soplido de la niña sobre la tela la moneda podría desaparecer.
La niña siguió sus instrucciones entre risas, seguramente pensando que era imposible que la moneda se hubiera movido del lugar donde la vio por última vez. Sin embargo la expresión de su cara cambió radicalmente cuando el mago retiró el pañuelo rojo y pudo comprobar que la moneda ya no estaba en el interior del puño del prestidigitador.
Aplaudí con todos los demás a pesar de haber descubierto el sencillo a la par que eficiente truco que acababa de llevar a cabo el mago. Al haberlo observado todo desde una posición esquinada, había podido percibir cómo, mientras que la niña y el resto del público dirigían toda su atención al movimiento de la mano del hombre y al pañuelo rojo, el mago había conseguido deslizar hábilmente la moneda en el interior de su manga, entre la camisa y la americana.
Seguro que alguna vez habéis tenido la sensación de que os habéis perdido algo, ¿no?. Aunque nuestro ojo es un sistema óptico casi perfecto y los fotodetectores que se encuentran en su interior son extremadamente sensibles a cualquier movimiento o cambio de iluminación en el ambiente, no siempre podemos captar todo lo que nos rodea…
He encontrado un buen ejemplo para ilustrar lo que quiero decir en el siguiente vídeo. Es un ejemplo de esos tontos, se trata simplemente de una campaña publicitaria en la que se nos pide contar el número de pases que hace el equipo blanco… ¿puedes seguir el balón y dar la respuesta correcta?
Después de todo esto, me vais a permitir que para finalizar me tome una pequeña licencia y adopte la misma conclusión que el vídeo. Como espero que os hayáis dado cuenta, es fácil perderse algo cuando no lo estás buscando, o simplemente no te lo esperas.
RATÓN COMPROMETIDO
1 comentarios:
Pues yo el hombre disfrazado si que le habia visto
soy torpe y no entiendo la entrada siempre nos vamos a perder algo
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