miércoles, 20 de noviembre de 2013

Gatillazo

Nunca me había pasado esto, es la primera vez, lo prometo.

Llevo mas de hora y media sentado ante un paredón blanco de 15,4 pulgadas mientras escudo mi indecente ausencia de inspiración tras un teclado que, mas que teclado parece carbón de ese que te traen los reyes, de ese que mas negro no se concibe. La única tecla que sigue obstinada en funcionar es la de borrarlo todo. ¡Ale! A la mierda, salir sin guardar...

Me parece muy raro, justo esta mañana había tenido una idea excepcional, vamos, propia de lo que yo esperaba de mí. Era un escrito de esos indelebles, sin duda destinado a pasar a la historia de la literatura. Era capaz solo con leerlo de hacerte reír, al mismo tiempo que te convertía en un buen profesional y mejor persona, todo de un plumazo. Uno de esos regalos que te devuelven la fe en todo aquello que no necesita de ticket ni de un espero que vuelvas a comprar aquí.

La verdad que me acuerdo poco del texto. Recuerdo que arrancaba como arrancan las mejores cosas, así como si nada. Un par de frases estilo sujeto verbo y predicado para fidelizar a los más lentos, alguna subordinada que comenzase a subir un poco el nivel y alguna metáfora agazapada entre líneas ya para los pocos capaces de paladear tales exquisiteces.

Supongo que enseguida entraba en una lista de traumas más o menos comunes a todo el que se cree que piensa, para acabar ridiculizándolos entre tópicos reducidos a burlas, creadas por uno que escribe y en consecuencia se cree en posesión de la eterna e inmutable verdad.

El final, bueno, el final era la excelencia reencarnada en LEDs parpadeantes. Diez líneas con salto mortal, tirabuzón y marcha atrás, para finiquitar con un poderoso adjetivo que fulminaba toda opción a replica, y dejaba en tus ojos el típico silencio que antecede a la ovación más ensordecedora.

Y todo, por supuesto, aderezado con un título fuera de serie, tan extremadamente gracioso e ingenioso que ponía a salivar al más docto entre los doctos sólo con el vergel de sensaciones que provocaba en las papilas gustativas del intelecto. Lo he visto tan claro y tan perfecto que es que hasta daba cosa escribirlo. Recuerdo la sensación de pensar que lo podía echar todo por tierra solo con mirarlo. Ya me entiendes, la fragilidad de la obra de arte, los genios que me estén leyendo sabrán de lo que hablo. El resto, nada, a por uvas.

En fin. Que durante todo el día me he contoneado por este valle de lloricas mirando por encima de mis posibilidades a todo el que gozase de la suerte y el privilegio de cruzarse en el camino de este poeta, a la vez que recitaba para mis adentros los pasajes más bellos del texto, que eran prácticamente todos.

El momento de escribirlo para este blog se aproximaba y yo ya preparaba mis discursos de agradecimiento para todo tipo de premios.

Planeta, Nadal, Alfaguara, Pulitzer o el mismísimo Nobel. Me senté a la mesa, encendí el ordenador, abrí el procesador de texto, y hasta ahí, todo lo que recuerdo. El resto lo que te digo, la más absoluta nada.

Espera...

Ya me acuerdo. De pronto lo recuerdo todo.

Pero con las líneas pasa como con los años, para cuando empiezas a contar lo interesante, se te habrá acabado el espacio para hacerlo.

Prometo que nunca antes me había pasado esto (guiño, guiño)

PD: se me olvidaban mis queridos puntos suspensivos para que esto parezca que no acaba, me dan un aire de inmortal, ya sabéis...

LEOPARDO FRÍO

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